DEVOLUCiÓN DEL HORNO
Francisco Hernández

   Un relámpago y segundos después, la inundación del trueno. Al caer
el rayo sobre un árbol, da principio la captura del fuego. De tal
encuentro surgirán la hoguera, el brasero, los hachones, el fogón, la
chimenea, las piras, el horno y el infierno.

    El taller de Hilda San Vicente tiene varios caminos para llegar a sus
dos hornos. A pesar del laberinto, se adivinan por la respiración, lo cual
ya es una manera de comunicarse con el poder de su encierro y de
sus golpes de calor. Sé que están hasta el fondo, nublados por el
humo que no se ve porque se mete por los ojos.
La ceramista baja la voz y muestra al más pequeño. Abre su puerta
con precaución (no trae guantes) y platica de los mil grados
centígrados a los que llega y lo vuelve a cerrar casi sin tocarlo, como
si se tratara de un animal terrible, al que no se puede interrumpir en su
descanso.

   Hilda me muestra sus bocetos y algunas de sus piezas. Al señalarme
una de ellas, comenta:  Acércate un caracol de cerámica al oído y
escucharás el oleaje de un horno. Aléjate y buscarás de inmediato un
muelle, un barco o un salvavidas de barro negro.
   De este horno, continúa Hilda, salieron los cangrejos del deseo,
caminando hacia atrás por los pasillos, sorprendiéndome con el
naranja requemado de sus caparazones. Y digo "sorprendiéndome"
porque yo propongo pero no dispongo. El horno siempre tiene la última
palabra.

¿De dónde viene tal fascinación por los hornos? ¿De aquél primero que,al nacer dejamos y que también es tumba, bóveda y cueva de alfarero?
   Al separarnos del seno materno lo que ya somos se craquela o se
agrieta, iniciando así la búsqueda de nuestra verdadera piel, por
transparente que ésta sea.

Según del diccionario Corominas, la palabra horno se deriva del latín
furnus y se documenta como forno desde el año 1129.

 

Existen hornos bajos y altos hornos. El horno del reverbero y el Cabo
de Hornos en la Tierra del Fuego. Los hay solares, nucleares y de
micro-ondas. El que se usaba en las campañas militares y el que fue
diseñado a partir de una colmena o una cuba.
Cuando ya no está el horno para bollos, se abre la boca de un horno
crematorio y desaparecemos.

De un diccionario de refranes: "Ni horno ni molino tengas por vecino".

Similares a moscas, zumban estas palabras alrededor de los hornos;
quemaduras, crisol, tahona, plato de porcelana, vasija de alquimista,
fisura de la máscara, matriz, esmalte, milagro, altar, calabozo, ying y
yang, barro y espacio, campana, talismán, asfixia y respiradero.
Cuando las palabras se alejan, regresa lo voz de Hilda San Vicente:
Alguna vez leí que en China existía el Dios del Horno. Se le ofrecían
sacrificios humanos para sublimar al momento de la fundición.

Me imagino encerrado en un par de hornos. Siento su respiración
elefantiásica y los escucho conversar dormidos, similares a
sonámbulos inmóviles que reparan la bitácora de cada pieza, los
choques térmicos y las convulsiones que provocan en el mercurio.

Existe una relación estrecha entre el horno y el hornero, prosigue la
ceramista. Es un vínculo que aísla y tranquiliza, y que en ocasiones se
adueña por completo del inconsciente. Apagados o encendidos, su
fuerza no se extingue. Por ejemplo: uno de mis gatos se acuesta
frente al horno más chico, mirándolo fijamente hasta que se queda
dormido. El otro siempre pasa corriendo ante el horno más grande,
como si huyera de una gigantesca bola de nieve.

Coplas inéditas del sonero veracruzano Mardonio Sinta, a propósito de
brasas y corazones:

Tenías un hielo en el
pecho y yo el corazón
prendido. Te busqué con
pie derecho sin estar
correspondido
y confundí tu despecho
con un panal encendido.
¿Cuál es la temperatura
que rige el amor de un ciego?
Te dejo aquí mi escritura
Lejos ya de tanto ruego,
aunque si pienso en tortura,
pienso en un horno sin fuego.

 

Adiós al rojo vivo. Ha comenzado a caer una tormenta que ahuyenta a
los gatos, aunque la lluvia, la que logra filtrarse, cae únicamente sobre
los hornos.
Al mojarlos, las gotas se transforman en señales de humo y un olor a
copal se esparce, dándole al taller aires de templo provinciano.

Antes de guardar pluma y libreta me pregunto: ¿Volveré a alucinar que
me ahogo en ese ataúd que también es dos hornos que sueñan?
¿Volveré alguna vez a respirar tranquilo, aunque el aire sea polvo y
más que polvo, ceniza? El aguacero arrecia y los truenos impiden
escuchar las palabras de Hilda.
Pienso en las cicatrices de las piezas y en la agrietada cabeza de
cerámica donde estoy encerrado.

 

Francisco Hernández Jullo MMVI